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EN EL NOMBRE DE TATO

por Víctor Gutiérrez
La Nación
27 de Abril de 2003

http://lanacion.cl/2003/04/27/en-el-nombre-de-tato/


“¿Vienen a entrevistar al padre Tato? ¡Cuidado, traten de que no se les caiga el lápiz!”, fue la primera talla de un gendarme, quien luego que ingresamos cerró el portón de acero de la entrada principal de la ex Penitenciaria con tanta fuerza que me reí de puro nervioso.

Luego un oficial nos pregunta si traemos cámaras, le respondemos que no. Mi acompañante para reunirme con el Padre José Andrés Aguirre es el editor del programa El Termómetro, Pablo Alvarado. Nuestra intención era ver la posibilidad de una entrevista. Sabíamos que no sería fácil. No sólo estábamos enterados de que el ex curita no recibe a periodistas, sino que además escribió de puño y letra una carta, que envió al alcaide del penal, solicitándole que prohíba a los periodistas que lo entrevisten. Como la frase “no doy entrevistas” no es un motivo suficiente como para dejar de insistir en solicitarla, qué mejor día para hacerlo que un viernes santo.

Ingresamos al Centro de Detención Preventiva Santiago Sur (ex Penitenciaría) a las 4:30 de la tarde.

Al caminar por los pasillos de la ex peni, vamos escoltados por unos jóvenes gendarmes, quienes responden con monosílabos las numerosas consultas sobre el estado de salud del padre Tato. Mientras avanzamos al punto de reunión con el ex párroco, los escoltas consultan cuándo va a salir la entrevista. Les respondo que depende primero del padre Tato. Si él quiere hablar no hay problema.

Me acerco a una sala de reuniones donde terminaban de juntarse un grupo de evangélicos y presos quienes salían de la sala con guitarras y Biblias. Entre ellos, tres negros nigerianos quienes están viviendo su “Expreso de medianoche” en Chile. Un oficial me explica que eran “burreros” de un cartel de coca de Nigeria. Ahora cantan alabanzas a un dios cristiano y en español.

ENCUENTROS CERCANOS

Al desocuparse la sala, miro de reojo hacia atrás y veo a tres gendarmes que escoltan a un señor alto y gordo, quien se detiene para que pase primero. Observo mejor y me doy cuenta que se trata del padre Tato. Una vez en la sala, veo al padre José Andrés Aguirre Ovalle caminar hacia mí. Quedé sin habla y con la boca abierta.

El “temido” y vilipendiado padre Tato, material de tantos chistes, paneles periodísticos y conversaciones familiares a nivel nacional, caminaba con gran dificultad arrastrando su pie izquierdo. Mucho más gordo y avejentado, no representa sus 45 años. Su mano derecha notoriamente empuñada, recogida y casi pegada en su pecho. Era como un paralítico. Fingí no ver el crudo empeoramiento de su distrofia muscular. Todavía parados y sin antes saludarnos dice sus primeras palabras: “Si hubiese sabido que son periodistas no los recibo, ni habría venido. Yo no doy entrevistas. Varios han tratado de acercarse haciéndose pasar por visitas, pero los echo cagando”. Su dura y golpeada forma de hablar es intimidatoria.

Le explico que quiero hablar con él. Que no es un interrogatorio y que deseamos hacerle una entrevista. De inmediato interrumpe: “¿Para qué? No, si yo no doy entrevistas. Para qué lo voy hacer. Si ustedes me han destruido. Estoy en el suelo. Allá afuera soy un monstruo. Ustedes y la jueza me cagaron la vida. Qué más quieren. ¿Cómo ingresaron?”. El padre mira enojado y no levanta la vista mirando hacia los lados. Nos observa con desprecio, como si ya fuera el choro más choro de la cárcel.

Lo calmo y le digo que quizás es necesario que dé una entrevista para escuchar su historia. Pero la frase lo irrita más. “Me van a cagar. Todo el mundo dice que soy un monstruo. Creen que si salgo voy a violar a todas las cabras chicas. Eso es ridículo. No, ya te dije que no quiero hablar”. Le pedimos que por favor nos escuche. Recién ahí invita a quedarse, pero no de muy buena manera: “¡ya, siéntate! A ver, qué tenís que decir que es tan importante como para llegar aquí. Si igual me vai a cagar”. Le insisto que nos dé la entrevista, que su imagen está en el piso y que no tiene nada que perder. Mira aún con incredulidad. No está cómodo. Mientras destrozaba a la prensa nacional y la forma en que lo tratan, observo su pobre vestimenta.

Trae puesto un chaleco gris de botones con algunos hoyos. Debajo del chaleco una polera de color conchovino, pantalón gris y mocasines cafés. Su pelo estaba parado y sucio. Se calma un poco, y aprovecho de preguntarle cómo está. Pareció ser la frase clave para abrir el corazón de este ex padre que fue acusado de violación y estupro, hasta la fecha, de ocho menores. De ahí en adelante el diálogo fue fluido por cerca de cuarenta minutos. “Aquí estoy po’ cómo me ve no más. Mi enfermedad empeora, y la jueza no quiso darme la libertad. Yo no soy un monstruo como me pintan allá afuera. La gente me ve peor que al Tila, imagínate. Ustedes los periodistas me cuelgan cada vez que pueden”.

Le recuerdo que no es que la prensa lo cuelgue sino que son los testimonios de las niñas que lo acusaron. Mira molesto e interrumpe: “¿Qué cabras chicas? Yo no hice más que ayudarlas. Todas esas cabras estaban sin plata, sin comida, y yo las ayudaba. No, yo no hice más que ayudarlas y lo que hice con ellas fueron caricias pero no soy un tipo malo ni un violador descontrolado. La jueza (Rosa María Pinto) tiene una mala actitud. Chucha, si domina mi vida. De qué justicia me habla si el sumario es público, y no debería serlo. Me cagó tanto que nadie me quería defender. Ahora me defienden mis amigos, los abogados Luis Arévalo, y Luis Ortiz Quiroga. Ellos me dicen que la jueza se tomó revancha conmigo porque creo que abusaron de su hija. Eso debería inhabilitarla del caso”.

El padre Tato dice no estar solo. “Mucha gente me visita. Incluso acaba de irse el cardenal Francisco Javier Errázuriz, quien me vino a dejar la carta de resolución del Vaticano”. Dicho documento, según la doctrina de la Santa Sede resolvió dispensar de todas las obligaciones al ex sacerdote. Al consultarle sobre la decisión del Vaticano, el padre Tato señaló que estaba conforme: “Me parece justo. La Iglesia es perfecta. Yo confesé todo y está bien”.

TATO Y COX

Le comento que en Estados Unidos, la Iglesia envía a los sacerdotes pedófilos que son acusados de abuso sexual a un centro religioso en Santa Fe, Nuevo México, y que los costos legales para defender a los párrocos corren por la Iglesia y que además se pagan millonarias sumas de dinero a los niños y sus familias. “Ahh? pero los gringos tienen plata”, me aclara el ex cura. “Aquí en Chile no hay esa plata”.

Le pregunto su opinión por la diferencia entre su caso y el de Monseñor Cox, y el porqué de las diferencias de cómo la Iglesia enfrentó ambos casos ante la opinión pública: “Ahh? eso fue claro. El viejo (Cox) apretó cueva a Alemania y allá lo tienen fondeado. Claro que es injusto, ese sí que es degenerado. Si abusaba de cabritos chicos po, no hueí”. Le insisto en que él hacía lo mismo, pero me aclara sus “diferencias”: “No, no podís comparar. Yo nunca le hice nada a un niño. Y fíjate, todas mis niñas eran mayores de 12 años. Nada que ver con Cox. Yo nunca me metí con menores de 12 años”.

Traigo a su memoria las declaraciones de Paula, la joven que apareció en el De Pé a Pá y quien me entregara sus cartas para publicarlas en La Nación Domingo (10-11-02): “La vi en el De Pé a Pá y me cagó, pero la perdono. Si la ves, dile que la perdono. A esa mina yo la ayudé, a su madre y a su hermano que estaba enfermo. Les di de comer y mira cómo me pagan. Dio esa entrevista porque su pareja, el hueón que la mantiene, la obligó. Yo le advertí que no se metiera con ese tipo. Yo sé quién es y a qué se dedicaba. El le tiene auto y departamento y la hizo ir a la tele, pero la perdono”.

Le digo al padre que ella tiene grandes recuerdos de él. Sobre todo porque él fue su primer hombre: “Ah, qué bueno que se recuerde. Pero yo tuve sexo con ella cuando grande. No creo que haya sido el primero”. Insisto en que según ella, él fue el primero. “Mira tú, pero la cagó con dar entrevistas. En cambio, la Pata Larraín se portó bien conmigo. Ella ha hablado súper bien de mí. Ella es una buena mujer”.

lA CÁRCEL POR DENTRO

El padre Tato me explica que su madre sufre de alzheimer y que sus hermanos tienen los mismos problemas musculares que él. “Mi enfermedad se está empeorando aquí en la cárcel. Sufro mucho. Pero sé que si salgo de aquí estoy liquidado. Me aburro y necesito mis medicinas. Los más cabros, o sea los jóvenes de aquí son terribles. Tratan súper mal a los pacos (gendarmes) y ellos no pueden hacer nada porque si no los acusan al Sename. Y son estos mocosos los que hacen los problemas aquí. No respetan a nadie. Cuando los cabros chicos se portan mal, llegan los grupos antimotines y hay que estar agachados en cuclillas y con los manos en la nuca. Para mí es muy incómodo”.

Si algún día obtiene la libertad, el padre Tato dice que de inmediato se iría de Santiago, pero no se iría de Chile: “Ya estuve en el extranjero y no me gustó. Qué podría hacer yo fuera de Chile”.

Cansado por el largo diálogo y las preguntas, repentinamente decide terminar la conversación. Se para con dificultad de la silla y agrega: “Me tengo que ir. Gracias por venir”. Le agradezco por su tiempo y disposición y lo acompaño hasta el pasillo. “Ahh, se me olvidaba. Mándale saludos a Felipe Camiroaga, él me trató de entrevistar una vez. Bueno, adiós”. Me da la mano y se dirige por otro pasillo rumbo a su celda. Le pregunto si necesita algo, se da vuelta, mira sonriendo irónicamente y sentencia: “mi libertad, qué crees…”. Luego dijo unas palabras que no entendí, pero que definitivamente no eran una bendición. Según los gendarmes fueron chuchadas. Este hombre no tiene cura.


 
 


 
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 




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