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La condena del “cura Tato” llega a su fin

La decisión judicial que adelantó el término de la reclusión del ex religioso José Andrés Aguirre es el epílogo del primer y más emblemático caso de un sacerdote condenado por delitos sexuales. Tras una década en prisión y afectado de una atrofia muscular, planea radicarse en Santo Domingo junto a su padre.

por E. González y L. Concha
La Tercera
23 de Noviembre de 2012

http://diario.latercera.com/edicionimpresa/la-condena-del-cura-tato-llega-a-su-fin/

EN UNA ESTRECHA celda del penal Colina I, que consta de una cama de una plaza, un televisor, una cocinilla y en la que además ocupan espacio la silla de ruedas, el ?burrito? que utiliza para desplazarse y la mascarilla de oxígeno con la que duerme por las noches, el sacerdote José Andrés Aguirre Ovalle (55), condenado en 2003 por nueve casos de abuso sexual y uno de estupro, espera ansioso el transcurso de los días.

Según su pronóstico y el de sus cercanos, antes de abril de 2013 su condena estaría cumplida. Sin embargo, la Comisión de Reducción de Condenas (compuesta por siete jueces, dos abogados, dos peritos y el seremi de Justicia), resolvió otra cosa. Durante las sesiones del 12 y 13 de noviembre, realizadas en Colina I, se analizaron decenas de solicitudes de internos -con conducta sobresaliente- que solicitaron rebajas de sus penas y la petición del ex sacerdote fue aceptada.

Por esto, se le restaron tres meses por cada año que lleva encarcelado, lo que pondrá fin a su castigo en forma automática apenas sea notificado de la resolución. Para que el ?cura Tato? salga en libertad, según dice la ley que lo benefició, sólo falta la firma del ministro de Justicia, Teodoro Ribera, en el decreto correspondiente. Luego, cuando el documento esté listo, el ex sacerdote será llamado a la oficina del alcaide para ser informado de la medida. Tras ese trámite, Aguirre Ovalle quedará libre en el acto, lo que según informan en Gendarmería, ocurrirá ?en los próximos días?.

Debido a una atrofia muscular progresiva, que lo afecta desde antes de ser detenido en 2002, Aguirre realiza sus desplazamientos al interior de la cárcel auxiliado por un “burrito? (estructura metálica de apoyo), o una silla de ruedas que debe ser empujada por un tercero.

De esa misma forma saldrá de Colina I, lejos de la imagen del sacerdote que en los años 90 jugaba rugby, andaba en moto y veraneaba en Pucón, para luego regresar a su trabajo como confesor de varios colegios del sector oriente de Santiago como el Villa María Academy, el Sagrado Corazón de Apoquindo, el Universitario Inglés, el Bradford, Juanita de Los Andes o la Alianza Francesa, establecimientos en los que acumuló denuncias en su contra, pero que no fueron las detonantes de su estadía en prisión.

Hijo de una familia de clase media acomodada de Santiago, Aguirre estudió en el Seminario Menor, donde fue compañero de Marco Antonio Pinochet y Carlos Applegreen. Según ex vecinos y amigos, los nueve hermanos eran muy unidos, creyentes y con un padre estricto.

Según la declaración que el ex cura entregó a la justicia, sus conductas de abusos contra menores comenzaron en 1984. Pero no fue hasta 10 años después que el Arzobispado le impuso una sanción y lo envió a Costa Rica y Honduras. Todo después de una serie de denuncias que llegaron a la Iglesia, incluida la acusación de una familia de Colón Oriente (Las Condes), por el embarazo de una menor de 15 años, ante el entonces cardenal y arzobispo de Santiago, Carlos Oviedo.

De regreso a Chile, en 1998, fue reubicado en la parroquia Nuestra Señora del Carmen de Quilicura como vicario. Allí logró gran llegada con los feligreses gracias al carisma que lo caracterizaba. Sin embargo, de forma paralela, retomó sus conductas de abuso y atacó a dos hermanas de 11 y 14 años. Los abusos a las menores V.P.C. y T.P.C. se prolongaron entre 1999 y 2002, y fue la denuncia a la justicia de la madre de ambas, Jacqueline Contreras, la que lo llevó a la cárcel y lo transformó en el primer y emblemático caso de un religioso condenado por abusos sexuales en la Iglesia chilena.

Las niñas eran monaguillas de Aguirre, quien era muy cercano a su familia e incluso padrino de su hermano menor. Según sus propias declaraciones a la justicia, se sentía ?pololeando? con la mayor -que a la fecha de la denuncia tenía 16 años y él 45. Con la menor, dijo que la relación se inició porque las niñas competían por su atención.

Cuando la Iglesia se enteró del caso, en septiembre de 2002, Aguirre fue enviado nuevamente a Honduras. Pero antes de un mes, fue llamado por el entonces arzobispo Francisco Javier Errázuriz para que regresara a enfrentar a la justicia.

El 5 de octubre de 2002, al aterrizar en Santiago, lo esperaba una orden de detención dictada por la jueza Rosa María Pinto, la misma que lo condenó en 2003 por una decena de casos.

En los últimos meses, Aguirre estaba focalizado en dejar pronto la cárcel. Había realizado varios intentos fallidos para obtener salidas dominicales y -hace más de un mes- Jaime Nawrath, capellán de Gendarmería, había pedido un indulto a su nombre. Nada había funcionado.

Según el sacerdote, que lo visita frecuentemente en Colina I, sus planes en libertad son tratarse la atrofia muscular, que es degenerativa y ya ha afectado a varios de sus nueve hermanos.

Para vivir, planea irse a Santo Domingo junto a su padre José Aguirre Astaburuaga (83). Su madre murió el 2006. ?Quiere estar tranquilo después de todos estos años?, afirma Nawrath. También asegura que el ex sacerdote -a quien el 2003 se le prohibió ejercer- ha manifestado arrepentimiento por sus actos. Según el capellán, Aguirre va a misa cada semana en el penal y reza diariamente el Oficio Divino (oraciones que se repiten varias veces al día). Desde que su enfermedad se agravó, está en el pabellón de ancianos y enfermos.

Según Rafael Ramírez, capellán de Colina I, entre sus compañeros de reclusión figura el ?sicópata de Alto Hospicio?, Julio Pérez Silva. También dice que las actividades de Aguirre se han reducido y éste pasa la mayor parte del día en su celda leyendo el diario o viendo TV. ?Sale poco, pues le cuesta mucho moverse y se ha caído varias veces?, señala Ramírez.

Ante los casos de abusos que ha enfrentado la Iglesia recientemente, Ramírez sostiene que Aguirre ?tiene esa sensación de que han pasado cosas terribles y que comparado con eso, lo suyo fue menor?.

Quienes lo conocen, aseguran que -por años- el discurso del acusado fue el mismo: que él no abusó de nadie, que todo lo que hizo fue consentido.

El informe siquiátrico que se le realizó durante el juicio señala que Aguirre no niega los hechos, que ?los considera justificados? y que ?no manifiesta arrepentimiento?. También se estableció que el cura no encontraba reproche moral en tener relaciones con menores.

De hecho, en sus primeras declaraciones a la prensa siempre fue desafiante y minimizó los hechos. En la cárcel era igual, al punto que se hizo conocido como ?el choro Tato? durante los meses que estuvo en la ex Penitenciaria (2002-2004).

En esa época hacía misas (pese a la prohibición eclesiástica) y tenía ascendencia sobre varios reclusos, muchos de los cuales operaban como sus ?mocitos?. En 2004 planeó escribir un libro, pero el proyecto fracasó, luego de que dos reclusos plagiaran el texto.

Con el tiempo, su salud se deterioró y fue trasladado a Colina I. Allí Gendarmería le facilitó una bicicleta estática. Y como las misas seguían, Nawrath debió persuadirlo de parar. ?Al principio no fue fácil, se enojó?, relata.

Hoy, la rutina de Aguirre sólo se interrumpe los domingos, con las visitas de ex compañeros religiosos, sacerdotes del decanato y familiares, más algunos ex feligreses de Quilicura. Con ellos reza y conversa de temas triviales.

Lo que nunca ha cambiado Aguirre es su sensación frente a la condena. Desde sus primeros días de reclusión, cuando aseguró a los medios que ?me han hecho mucho daño? y culpó a la prensa de lo que considera una ?crucifixión?, hoy sigue pensando igual. Por eso, cada vez que las autoridades de Gendarmería visitan el penal junto a los medios de comunicación en actos oficiales, él se encierra en su celda para no ser captado por las cámaras. Lleva años sin dar una entrevista.

Según cuenta Ramírez, cree que fue el tratamiento público de su caso lo que siempre le impidió obtener beneficios carcelarios como la salida dominical. Sin embargo, ese escenario cambió y en los próximos días, las cámaras volverán a apuntarlo, cuando se dé por cumplida su condena.



 
 


 
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 




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