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Opinión: La hora de los laicos

By Soledad Alvear
La Tercera
August 1, 2018

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El Papa Francisco, durante el rezo del Ángelus, el domingo, en el Vaticano.

[Opinion: The Time of the Laity]

Mi estado de ánimo a raíz de la crisis de los abusos es una mezcla de sorpresa y vergüenza. No soy una ingenua y he visto muchas cosas en la vida, pero jamás habría esperado algo semejante. Para colmo, la reacción de nuestros obispos ha sido en muchos casos lamentable: “no sabía”, o “no soy investigador” no son respuestas capaces de dejarnos tranquilos. Un pastor debe estar atento a sus ovejas.

No es esta la primera crisis que experimenta la Iglesia en sus dos mil años de historia, pero eso no debe hacernos pensar que las cosas se resolverán por sí solas. Es necesario producir un gran cambio en nuestra Iglesia, que no puede ser obra de un Papa, ciertos obispos o de los sacerdotes. Debe ser el fruto de un trabajo en equipo, donde los laicos ocupemos un papel muy central.

El Papa Francisco, en su discurso a los obispos durante su visita a Chile, les advirtió en varias oportunidades sobre el peligro del clericalismo. Sería absurdo que una crisis que se ha producido, en buena medida, por el hecho de haber ensalzado a ciertos sacerdotes hasta el punto de que se situaron por encima del bien y del mal, pueda resolverse sin que los laicos tengan un protagonismo muy destacado. Será un proceso lento, que quizá tome una generación, pero es necesario ponerlo en marcha.
El cambio incluye una reforma en los órganos y procedimientos destinados resolver estos problemas. Urge convocar a una Comisión de Verdad y Reparación frente a los delitos sexuales. Pero esto no se arregla solo mejorando las estructuras. Hay que adoptar un estilo distinto de gobierno, del que Francisco es un muy buen ejemplo. Es la hora de la sencillez, y esa simplicidad evangélica debe traducirse en las palabras y los gestos, desde el lugar donde se vive hasta el auto que utiliza para realizar los servicios pastorales.

Para una Iglesia marcada por la sencillez resultará natural la preocupación por los débiles: las personas abandonadas, las mujeres con embarazos difíciles, los niños vulnerados, los migrantes, los adultos mayores. Todos son destinatarios privilegiados de esa nueva actitud pastoral. En ella, los derechos humanos deben ocupar un lugar muy relevante, como sucede hoy con la Iglesia en Nicaragua. Una Iglesia sencilla será siempre una Iglesia coherente.

Y si esta es la hora de los laicos en la Iglesia, será también el momento de poner a la mujer en un lugar muy central, apoyando a la mujer trabajadora, alzando la voz contra la violencia y el maltrato que sufren muchas de nuestras compatriotas, y promoviendo la corresponsabilidad familiar del hombre y la mujer.
La Iglesia en su historia ha mostrado su capacidad de renovación. Si se toman medidas de este tipo, nuestros sentimientos actuales de sorpresa y vergüenza se transformarán en optimismo y gratitud.

 




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