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Santiago Silva, presidente de la Conferencia Episcopal de Chile: “Valoro enormemente la decisión del cardenal Ezzati, por razones pastorales”

By Sergio Rodríguez Garcés
Club La Tercera
August 6, 2018

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El prelado aborda no solo lo ocurrido con el tedeum, sino también la crisis de la Iglesia Católica criolla, las diligencias hechas sobre archivos destruidos, el rol de los obispos y las críticas a su liderazgo.

“Asumo lo que tienen de razón esas críticas y las agradezco. Me ayuda a crecer en el servicio. El liderazgo es una de nuestras flaquezas, que hemos reconocido en la Iglesia, y no estoy ajeno a esa debilidad. No es fácil presidir la Conferencia Episcopal (Cech) en uno de los períodos más difíciles en la vida de la Iglesia chilena”. Así se plantea el obispo castrense Santiago Silva Retamales, titular del Episcopado criollo, ante las críticas que se han formulado a su supuesta falta de liderazgo ante los problemas que enfrenta la jerarquía católica.

El escenario está aún más turbulento, tras el anuncio de ayer del cardenal Ricardo Ezzati de restarse del tradicional tedeum. Sobre este tema, el prelado Silva es directo: “Agradezco de corazón su ministerio de obispo en Santiago, y valoro enormemente su decisión por razones pastorales. Todo pastor está llamado a ser prudente y velar por el bien mayor de la comunidad, y del cuidado de una ceremonia tan importante como es el tedeum ecuménico de acción de gracias”.

El cardenal Ezzati está citado a declarar como imputado de un eventual encubrimiento ante la fiscalía de Rancagua. ¿Cuál es su opinión de este escenario?

Los obispos, como ciudadanos chilenos que somos, comparecemos ante la justicia cuando somos citados. El cardenal Ezzati, y así me lo ha expresado, está totalmente dispuesto a presentarse y a aportar todos los antecedentes de que dispone para que se esclarezca la verdad y se haga justicia.

Respecto de su propio rol, Santiago Silva comenta que “siempre me he sentido más cómodo en las comunidades eclesiales que en las esferas públicas. Siento que me realizo más anunciando el Evangelio que dando declaraciones sobre la actualidad. Reconozco que no soy mediático. Sin embargo, las otras dimensiones que involucra la presidencia de la Cech he procurado vivirlas con responsabilidad, siempre desde la comunión y el diálogo, y con el propósito de animar –en cuanto Iglesia– una respuesta afectiva y efectiva al dolor de las víctimas”.
Para usted, en concreto, ¿en qué consiste la crisis que vive la Iglesia Católica en Chile y quién es el responsable?

Los abusos sexuales, de conciencia y de poder marcan hoy la profunda crisis que vive la Iglesia y que explican la pérdida de credibilidad y confianza en ella. Al finalizar nuestra última asamblea plenaria reconocimos con humildad «que hemos fallado a nuestro deber de pastores al no escuchar, creer, atender o acompañar a las víctimas de graves pecados e injusticias cometidas por sacerdotes y religiosos» y también anunciamos decisiones y compromisos que esperamos sirvan como un primer paso que nos permita hacer las cosas de mejor manera. Pero hay otras «crisis» que nosotros, los obispos, a pesar de haberlas conversado en varias oportunidades, no acabamos de asumirlas en su real magnitud. Una de ellas es el tremendo impacto del nuevo contexto social y cultural que vivimos, donde las instituciones y los organismos tradicionales pierden relevancia, y donde todo aquello que parezca normativo es motivo de rechazo. Vivimos en una sociedad cada vez más centrada en el individuo y no en la persona, en la individualidad y no en los colectivos. ¿Cómo anunciar y encarnar los valores de Jesucristo en este contexto? Nuestros modos de evangelizar no parecen corresponder a lo que el tiempo presente nos demanda. La imitación de Jesucristo requiere dar la vida por los demás, amar sin esperar nada a cambio, ser solidarios con los marginados, cultivar la alegría en medio de tanta tristeza. A nosotros mismos nos cuesta, porque al fin y al cabo somos parte de esta sociedad y cultura. Para ser cristiano hoy hay que «ser contracultural». En realidad, así también vivió Jesús en su tiempo el anuncio del Reino.

El Papa Francisco parece estar en un stand by de los cambios. ¿Cree que encontró muchas dificultades para nombrar nuevos obispos y que algunos sacerdotes incluso se han negado a serlo?

Respeto la libertad del Papa Francisco para decidir, aunque sería deseable que no se prolongara mucho el tiempo de espera, sobre todo por el efecto que esto produce en las comunidades. No es fácil la búsqueda de nuevos obispos, mucho menos en el contexto que vive la Iglesia en Chile y en estos tiempos de baja en las vocaciones y de crisis en el ministerio sacerdotal. Por eso, no me extrañaría que algunos sacerdotes no aceptaran asumir este servicio. De todos modos, la renovación de la Iglesia en Chile no pasa sólo por el cambio de los obispos. Lo que está en juego es la capacidad de que, como “Pueblo de Dios”, nos transformemos en fermento y luz del mundo.

El Pontífice también dijo que se habían destruido archivos importantes dentro del clero. ¿Qué diligencias ha solicitado usted?

Como Conferencia Episcopal de Chile le expresamos al Papa el vivo interés de saber a qué se refería con la destrucción de documentos, así como también respecto de otras situaciones graves, con mayor razón si hablamos de acciones penadas por la ley. No hemos recibido aún ninguna respuesta. Me imagino que es porque el informe elaborado por Mons. Scicluna es de carácter privado, para uso exclusivo del Papa. O bien porque aún no ha finalizado la investigación de la Santa Sede respecto a estas materias. Es decir, no tengo como Presidente de la Conferencia Episcopal, ninguna información más detallada que sea fruto de dicho informe, hasta el momento.

¿Confía en los demás obispos, por ejemplo, en que no se han encubierto abusos?

Siempre es sano confiar en las personas. Para una cultura en que sólo importa el bien del individuo, esta afirmación puede resultar ingenua. Pero es muy triste cuando la convivencia social se deja ensuciar por la cultura de la sospecha. Confío no sólo en la inocencia de los obispos, sino de toda persona mientras no se pruebe lo contrario. La insistencia mediática en medias verdades y falsedades nos lleva a considerar culpables a aquellos que aún ni siquiera han sido sometidos a juicio, lo que permitiría objetivar los hechos. La relaciones cívicas están en crisis, precisamente por la falta de confianza en el otro. El otro se convierte más en un estorbo que un “socio” con quien construir un proyecto común, es decir, una “sociedad”. Es importante permitir que las instancias establecidas para alcanzar la verdad y hacer justicia sean las encargadas de determinar la inocencia o culpabilidad de las personas investigadas.

¿Cometió un error histórico la Iglesia chilena al no denunciar inmediatamente los abusos de clérigos a la justicia civil?

Es difícil la respuesta y requiere matices. El criterio que hemos aplicado hasta ahora es cumplir con la obligación de denunciar cuando corresponda, pero no podemos decidir por la víctima, porque comprendemos que esto sería una nueva transgresión a su intimidad. Por otra parte, siempre tenemos que invitar a la víctima y acompañarla a denunciar ante la justicia civil a quien abusó de ella, incluso instarla si pide confidencialidad, haciéndole ver la importancia de ello, pues el ámbito canónico es diferente del civil. Sin perjuicio de lo anterior, hemos comprendido la importancia de que estos hechos sean investigados y sancionados también por la justicia estatal, es por esto que hemos establecido canales de dialogo con la fiscalía, con el objetivo de alcanzar una colaboración más fluida.

¿Cree que actualmente la Iglesia Católica merece la confianza de los chilenos?

La Iglesia Católica la formamos todos los que hemos recibido el sacramento del Bautismo. Algunos de nosotros tenemos una participación más activa, en comunidades y grupos de parroquias, colegios y movimientos. Otros tienen una práctica ritual de misa dominical, o participación en algunas ceremonias y sacramentos. También hay quienes viven su fe en la intimidad personal y familiar. La Iglesia no hay que limitarla a los obispos y sacerdotes. Todo bautizado es miembro vivo de la Iglesia. Y lo que nos hace Iglesia o pueblo de Dios es la entrega de Cristo en la cruz y la acción del Espíritu. El acto esencial de un bautizado es confiar en Cristo. Las mediaciones de la Iglesia como somos los obispos y sacerdotes tenemos que estar a la altura del Evangelio de Cristo. Si no lo estamos, entiendo que se pierda la confianza en la Iglesia, pero no debiera arrastrar la pérdida de confianza en Cristo. Y la solución no está en dejar la Iglesia para quedarme con Cristo. El bautizado ama a su Iglesia y trabaja por su transparencia, porque sabe que está llamada a reflejar en el mundo la luz de Cristo resucitado. Y así lo hacen muchos laicos, hombres y mujeres, consagrados y sacerdotes que por su vida de cada día reflejan los valores del Evangelio para forjar una sociedad cada vez más justa y fraterna. No me parece que sea propio de un miembro de la Iglesia situarse «en la vereda del frente» para criticar lo que pasa. Lo que nos pasa como pueblo de Dios es a todos, y de todos tiene que venir la renovación de la Iglesia.

Este ha sido un año de contrastes. Por un lado, vino el Papa, lo que fue una alegría para los católicos, y luego emergió el tema de Juan Barros, las denuncias y las investigaciones de la fiscalía. ¿Cómo ha vivido usted, en lo personal, todo lo sucedido en los últimos meses?

La visita del Papa fue una gran alegría, pero en medio de contrastes. Me llamó la atención la fe y la esperanza con la que, en cuanto pueblo de Dios, recibíamos al Vicario de Cristo. Sus mensajes me interpelan, porque con su forma de anunciar a Cristo toca las fibras humanas más íntimas y los temas centrales de una sociedad como la nuestra. Recuerdo particularmente su encuentro con las internas en el Centro Penitenciario Femenino de San Joaquín y con los jóvenes en Maipú. También con los sacerdotes y consagrados en la Catedral de Santiago donde tocó la médula de nuestra vocación y servicio, inspirándonos a desafíos pastorales nuevos en medio de la crisis que vivimos. El Papa nos enseñó a no rumiar la desolación. Pero desde la visita del Papa vivo con gran dolor las nuevas denuncias de abusos sexuales por miembros del clero. Y la razón es que detrás de cada denuncia hay un niño o un joven dañado en su dignidad de persona y con su vida y proyecto truncado, precisamente por quien debiera habérselo asegurado. Y detrás de cada víctima de abuso hay un grupo familiar que también sufre por el dolor de uno de los suyos. También me duele el agobio de tantos laicos y laicas, consagradas, obispos y sacerdotes y que, con una vida recta y desvelándose por el servicio a los demás sobre todo por los más débiles, cargan con la estigmatización de abusador sólo por ser parte o ministro de la Iglesia. No quiero que se me entienda mal, pues la expresión de este dolor no es justificación para obviar la verdad, la justicia y la reparación a las víctimas.

 




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