PERU
La Republica
Jason Day
Cuando tenía 9 años, a tres días de mi primera comunión, un cura del Sodalitium Christianae Vitae (o Sodalicio de Vida Cristiana), una secta de chicos blancos y “bien” del catolicismo local, me tomó de la mano luego de la primera confesión y me llevó por una escalera detrás del altar de su imponente iglesia en Camacho hacia un cuartito donde guardaban las túnicas, cálices y demás lujosos artilugios. “Aquí es donde nos cambiamos”, me dijo el cura con voz pausada y amable.
¿Qué hacía yo ahí? ¿Era un honor o una condena? Le decía que prefería regresar, que el resto de mi promoción y los profesores me dejarían. Pero él insistía con que no había de qué preocuparse, que quería que yo eligiera la túnica que se pondría para mi primera comunión. “¿Te gusta ésta?”, me preguntó, mostrándome una que llevaba por delante una imagen de la pálida y sufrida virgen María. A mí no me podía importar menos.
Luego me preguntó si sabía jugar gallito ciego. Y no, no sabía. Entonces, con esa paciencia suya que se contrastaba con mi bullente ansiedad por irme –porque uno puede ser un niño de 9 años pero el peligro se reconoce, siempre– me tomó de la mano una vez más ycomenzó a jugar con mis dedos mientras me hacía preguntas sobre mi familia, mis hermanos…
Mi ansiedad se convertía en rabia. Conseguí librarme, no quería estar ahí. Lo siguiente era meterle una patada en los huevos y correr. Pero me dejó salir, con calma, esa calma del que tiene todo bajo control, del que ya recorrió ese camino varias veces y lo volverá a recorrer.
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