Una familia abrió las puertas de su casa a un sacerdote al que estimaban, y éste abusó de una niña de 11 años y de otra de cinco. Las víctimas del pederasta podrían ser muchas más.
Por veinte años, María y Efraín abrieron las puertas de su casa al sacerdote Francisco Javier García Rodríguez. Lo querían y respetaban como un miembro más de la familia.
El religioso traicionó esa confianza, al abusar sexualmente de una sobrina de la pareja, de 11 años de edad, y al hacer tocamientos a su nieta, de 5 años.
Sentada a un costado de la hamaca que cuelga en la entrada de su casa, los ojos verdes de María expresan tristeza, dolor, rabia y coraje mientras platica cómo el padre Javier afectó el hogar conformado por sus tres hijos y cuatro sobrinos.
Desde hace seis años la mujer habitante de la comunidad de Punta Perula, municipio costero de La Huerta, Jalisco, tiene la patria potestad de 4 hijos de una hermana mayor que falleció en 2009.
Cuando se le pregunta cómo va el proceso que se sigue contra el sacerdote Francisco Javier, por la violación de su sobrina Dulce (pidió no revelar su nombre real), la mujer duda en hablar. Luego ofrece una silla al reportero y comienza a platicar.
“¿Ahora en quién vamos a confiar?”, suelta enojada, dolida por la traición del padre Francisco Javier, quien está preso por violación de su sobrina, en un proceso que se lleva a cabo en un juzgado de Cihuatlán, Jalisco.
“Se supone que le teníamos la confianza por ser sacerdote, por la edad y el tiempo que teníamos conociéndolo”.
Abusos en Jueves Santo
Trae a su mente aquel Jueves Santo del 2015 que nunca olvidará. Ese día el sacerdote le dijo que llevaría a su nieta de cinco años y dos hermanos de Dulce a bañar en una alberca del hotel que hay en la comunidad.
Dulce quería ir también, pero le pidió que se quedara para ayudarle en el negocio de comida que tienen a 30 metros de la playa.
Por la tarde, cuando el sacerdote regresó con los niños, una de las empleadas del hotel les platicó que había visto al religioso tocando a la niña de cinco años.
Cuando María le preguntó a su nieta lo que el padre le hacía en las albercas, la menor dijo que le “tocaba”.
“Yo dije: ¿por qué hace eso? Yo todavía no quería creer, porque era una persona que en la noche nos ponía rezar el rosario, a la hora de la comida la bendecíamos y el domingo nos decía levántense que vamos ir a misa”, relata confundida María.
La violación
Las peregrinaciones por la Semana Santa en el pueblo comenzaron en la tarde y el sacerdote participó en ellas junto a los seminaristas que llegaron de Guadalajara. María lo observaba muy contento y se negaba a creer lo que le contaron. Aunque ya no confió que se llevara a los niños para estar con ellos a solas.
Los actos religiosos por Semana Santa terminaron y el domingo por la noche el sacerdote llegó a casa a dormir, como los anteriores días.
“Pensé: pues voy a esperar a ver qué. Mi esposo se fue a pescar de noche, me acosté y ya no me podía dormir. En eso me venció el sueño. Cuando desperté me acordé y dije: ¿por qué serán las cosas así?”, recuerda María.
Se levantó y se asomó al cuarto de los niños, en donde también dormía el sacerdote que había sido párroco en El Grullo, Jalisco, y otras comunidades.
Entre penumbras, notó que el padre no estaba en su cama y lo vio cerca de donde dormía la niña Dulce, de 11 años, y su hermanito. En otra cama dormían dos niños más. María pasó de largo hacia la cocina para tomar agua y en ese momento escuchó un ruido de los resortes del colchón. El padre Javier había regresado a su cama.
La mujer nuevamente volvió a su cuarto. El sueño se le había espantado. Estaba inquieta. ¿Por qué el sacerdote se había levantado de su cama y se había acercado a donde dormía su sobrina?
Apenas pasaron unos minutos y escuchó nuevamente el ruido del colchón. El padre Javier caminó hacia su cuarto. María lo vio entrar y se enderezó de la cama.
“Yo quiero pedirte perdón, sé que lo harás porque eres una mujer buena”, le dijo el sacerdote mientras se arrodillaba frente a María, quien escuchaba desconcertada.
“Ya me voy”, dijo el padre y salió de la casa.
El religioso no iba a pescar como otras veces. Aquella noche salió huyendo de Punta Perula al verse descubierto. No paró en su huída hasta El Grullo, su pueblo natal ubicado a tres horas de la costa.
La confesión
María ya no pudo dormir y esperó a que amaneciera. Llamó a su sobrina para preguntarle si el sacerdote la había tocado, porque ella había visto cuando se había levantado de su cama.
-Quiero pedirte que me digas si él antes te ha faltado al respeto -le preguntó a su sobrina, de 11 años.
-No tía, nunca -respondió la niña asustada.
-Mira, hay niñas que las tocan y por miedo no dicen nada y a veces hasta las embarazan –le insistió María.
Dulce comenzó a temblar y sus manos no paraban. Estaba muy nerviosa y tenía miedo a hablar. Entre lágrimas le dijo a su tía que el padre Javier le tocaba las piernas y que luego le daba abrazos y besos en el cachete, cuando se ponía a ver películas con él y se encerraban en un cuartito de la casa.
Luego, con crudeza, confesó que el padre la había violado.
-¿Pero por qué no me decías? –le preguntó María a la niña.
-Es que yo tenía mucho miedo porque el padre me decía que no sé qué tanto me iba a hacer y que iba a violar a mi hermano –contestó la menor entre llanto.
María abrazó a su sobrina que no paraba de llorar. Le pidió que fuera a bañarse para después almorzar.
“Le dije, él ya no va a volver a esta casa, no te va hacer daño, ni te va reclamar ni nada, la abracé, yo quería llorar pero me aguanté, porque si no ¿cómo la voy ayudar?”.
‘¡Me va escuchar!’
Con rabia, María tomó el celular y le escribió al sacerdote para reclamarle.
-¿Cómo está usted? –le dijo.
-Bien, muchas gracias, aquí estoy desayunado con mis papás –le respondió.
-Pues qué bueno que usted esté bien. ¿Y su conciencia cómo está? Porque la niña está destrozada, acabo de hablar con ella y ya me confió toda la verdad de todas las babosadas que usted le ha hecho.
-Luego hablamos, estoy desayunando con mis papás –acotó el sacerdote.
-Me vale madre, me va a escuchar ahorita –dijo furiosa María. ¿Por qué lo hizo? ¿Qué motivos tuvo para hacer eso? ¿No pensó en que la niña podía quedar embarazada?
-No podía quedar embarazada porque sólo hubo tocamientos –contestó con cinismo el padre.
Estos mensajes y otros más forman parte del expediente en el juzgado de Cihuatlán, Jalisco, donde está siendo procesado Javier García Rodríguez desde junio pasado.
“Hizo sus babosadas en los días más grandes que se respetan (la Semana Santa), me arrepiento de haberle abierto las puertas de mi casa, pero eso nos pasa por buenos y pendejos que somos”, dijo María, la tía de la niña violada por el padre.
Ofrecen 500 pesos
Unos días después de la violación, María recibió una llamada del padre Javier García, donde le avisaba que uno de sus hermanos le había dicho que tenía que reparar el daño.
“Me dijo que me iba a depositar 500 pesos. Le dije: no, padre, con dinero no se paga el daño y la burla que le hizo a mis criaturas”, recordó.
Dos semanas después, la mujer acudió a poner la demanda en contra del padre Javier García, quien fue detenido el viernes 26 de junio del 2015 en la comunidad El Chante, municipio de El Grullo, donde se encontraba escondido en la casa parroquial.
Un día antes de la detención, el entonces Obispo de Autlán, Gonzalo Galván Castillo, dejó su cargo y la Santa Sede anunció mediante un comunicado que había aceptado la renuncia del sacerdote leonés “por causas graves”.
‘Es un enfermo mental’
Compañeros de clero del sacerdote Javier García y familiares reconocieron que hay indicios de que el religioso cometió más abusos contra menores de edad, en las distintas comunidades en donde desempeñó su ministerio.
En El Chante, Jalisco, lugar donde fue detenido Javier García por la Fiscalía General de Jalisco, su compañero de clero Gabriel Uribe Naranjo lo describió como un enfermo mental.
“No se han dicho las cosas exactas, él ya no era sacerdote, tenía 5 meses que no era cuando lo detuvieron aquí, pero Javier es un enfermo mental”, dijo Gabriel Uribe.
Desde el pasado 7 de octubre, Uribe Naranjo está a cargo del templo de la Virgen de la Medalla Milagrosa en El Chante. En este lugar se escondía el padre Javier luego de que se enteró de la orden de aprehensión.
“Una persona que le prohíben ejercer (como sacerdote) pues lógico que es culpable, internamente él (el padre Javier) ya había sido separado por la Iglesia, ya no tenía parroquia, aquí lo detuvieron pero no era párroco”, dijo enfático el sacerdote Uribe.
La misma situación describe otro de sus compañeros de clero, el señor cura Martín Pelayo Díaz, encargado de la parroquia de la comunidad El Chico, Jalisco.
“Hacía 5 meses que ya había llegado de Roma su dimisión y desde un principio tenía esa problemática (de abusos), se sabían cosas así, que tenía problemas psicológicos, yo mismo le aconsejé que fuera a atenderse”.
Platicó que el padre Javier siempre les expresaba que estaba “enamorado” de su sacerdocio, que no lo quería dejar.
“Yo mismo le decía: mira, tú no estás bien, porque aunque no había habido denuncias se sabía por debajito del agua que habían algunas faltas de respeto, no eran denuncias, sólo eran algunas quejas”.
Martín Pelayo lo ha ido a visitar al lugar donde está recluido en Cihuatlán, Jalisco, y asegura que lo ve tranquilo.
“Yo fui a verlo, lo veo tranquilo, él dice que es inocente y que se siente bien ahí adentro, que es como si estuviera haciendo su apostolado con los presos”.
‘Se lo advertí’
Guillermo García Rodríguez, uno de los hermanos del padre Javier, preso por abusar de una niña, reconoció que conocía de las debilidades de su hermano.
“Yo tuve muchas diferencias con él, yo se lo advertí, estoy distanciado desde hace muchos años, no somos muy cercanos”.
Jaime García, otro de sus hermanos que lo está apoyando en el proceso judicial, se limitó a decir: “El abogado de San Patricio Melaque no nos ha dicho nada y yo no quiero hablar porque luego se tergiversan las declaraciones de uno, es algo muy delicado que a la familia nos ha afectado”.
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