Con este testimonio se agranda la causa contra el exconfesor del padre Grassi. Se trata de un hombre que relató ante la fiscal que sufrió abusos por parte del sacerdote. A pesar de todo, sigue libre.
LA PLATA-BUENOS AIRES (ANDigital) Un nuevo testimonio sumó la acusación por pedofilia y corrupción de menores que pesa sobre el Padre Eduardo Lorenzo, acusado de abusos sexuales reiterados gracias a los relatos de las víctimas, que datan de la década del 90, aunque la causa que más progresos tiene es la que se inició tras una denuncia que señala la existencia de los hechos en el año 2008.
La Red de Sobrevivientes de Abusos Eclesiásticos de Argentina convocó a una nueva conferencia de prensa este miércoles, en la sede de la CTA en La Plata, con el objetivo de presentar a una nueva víctima del Padre Lorenzo –la cuarta persona que denuncia públicamente al sacerdote que fuera confesor del padre Julio César Grassi–, quien declaró los abusos que sufrió por parte del religioso, y en la conferencia se conocieron detalles de la declaración que realizó ante la fiscal Ana Medina el pasado jueves 7 de noviembre.
A pesar de los relatos que obran en el expediente el acusado sigue libre, aunque ya se ordenaron pericias psicológicas, tanto para él como para los denunciantes. Si bien ya se solicitó su detención, sólo fue por parte de las víctimas y no de funcionarios judiciales.
“El padre me daba abrazos muy fuertes y le gustaba que yo le metiera los dedos en los rulos de la cabeza y que le hiciera caricias ahí. Ahora que soy padre me doy cuenta de que no eran conductas apropiadas para un adolescente”, expresó el declarante, quien agregó que Lorenzo le pedía que le “haga mimos”, que lo reducía a la servidumbre y abusaba de él física y psicológicamente, los que le provocaron secuelas.
“También me acuerdo que en un momento me pidió que le limpie los talones, que le pasara crema por los pies”, agregó. Juan detalló que “en el verano de diciembre de 2001 y enero de 2002, Lorenzo alquiló una quinta en Gonnet, que quedaba entre los Caminos Centenario y Belgrano, y literalmente me mudó a la quinta con él, hasta tenía mi pieza y las llaves del lugar. Una vez casi nos descubre acostados otro chico que vivía en la quinta y que formaba parte del grupo scout de Lourdes. Y, ante esa situación, en la que casi nos descubren, cuando estábamos solos recuerdo que Lorenzo me decía: ‘zafamos, qué van a pensar estos’. Y yo me sentía sumamente halagado, porque había hecho algo que le había gustado, había hecho algo bien”, se lee en el expediente.
“Lorenzo fue manejando las cosas para que todo sucediera en forma casi natural. Él se acostaba en la cama con la espalda en la pared y estábamos abrazados de costado, porque la excusa era mirar televisión. Cuando llegaba o me iba me daba abrazos fuertes, y me acuerdo que él me decía que le gustaba que yo le metiera los dedos en los rulos y le hiciera caricias en su cabeza. Ahora que soy padre me doy cuenta que no eran conductas apropiadas de una persona de 40 y pico de años con un adolescente, y mucho menos si esa persona mayor era un cura”, especificó.
Finalmente, recordó que “un día en la quinta cenamos en el patio, estábamos solos y después nos quedamos charlando de sobremesa. Esa noche tomamos champagne y comimos almendras, y eso lo hicimos varias veces, era como un rito. La quinta era un desfile de amigos de Lorenzo, ahí empecé a sentir que yo me había mudado a la quinta y tenía que atender a todos sus amigos. Parecía el mayordomo. En la quinta se quedó unos días otro sacerdote, Tony, que era muy amigo de él”. (ANDigital)
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